domingo, 1 de mayo de 2011

Actor, Papa y santo

Karol Wojtyla. Para muchos un grande Papa. Para otros, un personaje que ha cambiado el rumbo de la historia en el siglo XX. Pocos son los que, sin embargo, conocen su faceta como actor. Por eso hoy, en el día en que Juan Pablo II es beatificado en Roma, nosotros, en nuestro blog, queremos analizar la figura de este hombre, que para muchos, debe su fuerza comunicativa al influjo de sus años jóvenes como actor.

Wadowice, la pequeña ciudad polaca donde Karol vivió su infancia, era un hervidero de cultura en el perídodo de entreguerras, a pesar de la carestía por la que atravesaba el joven país. Desde los ocho años Karol se sintió empujado por el teatro que estaba en auge en aquellos años en su ciudad, entrando a formar parte de una compañía, entre 1934 y 1938, interpretando un importante número de comedias como protagonista o como ayudante de dirección. La variedad de registros en los que actuó van desde el joven enamorado al esquizofrénico. La trama de estos espectáculos, la mayoría entresacados del repertorio polaco neorromántico, estaban centrados en los problemas de la ocupación extranjera por las que atravesaba su pueblo en aquellos duros años.

En 1938 se trasladó a Cracovia, para estudiar filología. Muchos de sus compañeros de aquel entonces vieron que su verdadera vocación era el teatro y que estudiaba filología para tener una adecuada preparación cultural. Allí se unió a la compañía Studio 39, donde aprendería mucho, gracias a los profesionales que en ella le enseñaron dicción e interpretación. Allí, la puesta en escena de El caballero de la luna, de Nizynski, llevó a Karol a vestirse con medias altas, guantes de boxeo y una curiosa máscara de toro.

En 1939 estalló la guerra, y la ocupación nazi de Polonia no agotó las capacidades creativas del futuro Papa. Fue entonces cuando escribió sus primeras obras teatrales, con personajes del Antiguo Testamento como protagonistas -David (1939), Job y Jeremías (1940)- interpretando los espectáculos clandestinamente, en casas y ante pequeño público, pues las SS controlaban toda forma de hostilidad contra la ocupación. Crearía así un tipo de repertorio en el que, a través del drama, quería manifestar sus deseos de libertad frente a la conquista invasora.

Fue en esta época cuando entró más en contacto con el dramaturgo Juliusz Osterwa, con el que llevó a cabo un importante trabajo de desarrollo del teatro clásico, traduciendo para él, del griego al polaco, el Edipo de Sófocles. En esta época afianzó también su amistad con Mieczyslaw Kotlarczyk, con el que compartía el gusto por el teatro pidiéndole consejos de interpretación para sus obras con Osterwa, e insistiéndolo a trasladarse a Cracovia y unirse a ellos en su propia compañía teatral: el Teatro Rapsódico, una protesta pacífica y positiva contra el exterminio de la cultura polaca en su propio suelo por la represión nazista. 

La clandestinidad era dura, lo que hizo que los actores tuvieran que ingeniárselas con nuevas ideas. El mismo Karol escribió entonces: "la escasez de medios de expresión se resolvió de forma creativa. La compañía descubrió que el elemento fundamental del arte dramático es la palabra humana y viva". Consiguieron, así, "revolucionar el teatro a través de la palabra". La idea original empezó a cambiar, interpretando teatralmente las grandes obras de la literatura polaca, como El Rey Espíritu, Beniowsky, La hora, de Wyspianski o Samuel Zborowski, de Slowacki. 

Después de su ordenación sacerdotal, en 1944, su relación con el teatro no se acabó. Siguió escribiendo teatro y manteniendo una fuerte amistad con sus compañeros del Teatro Rapsódico.

Muchos expertos de comunicación han visto que la capacidad expresiva de Juan Pablo II tiene importantes influjos de su época como actor, en la que la palabra, como hemos visto, era la protagonista.  Y ese influjo se manifiesta no sólo en su capacidad para hablar en modo claro y directo, sino también para expresarse de modo escrito.

Una de sus últimas obras escritas, la realizó cuando era aún joven estudiante en Roma. Allí, junto con sus compañeros de univesidad, tradujo la obra de Adam Bunsch Viene al mundo un santo. También hoy la Iglesia, con su beatificación, reconoce en él un a un santo. Un santo actor. Por eso, los actores italianos ya han pedido a la Santa Sede que lo nombre patrón del teatro, como un ejemplo a seguir, ya que para él, el drama no podía ser nunca ateo, porque habla al profundo de las aspiraciones del hombre.

Fuente: Boreslaw TABORSKI, Opere di Giovanni Paolo II. Teatro, CRS Libri, Milano 2005, pp. 19-38.

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