Hace ya tiempo hablamos en nuestro blog de la relación de la Iglesia con el mundo de los títeres. Hoy profundizaremos un poco más sobre este argumento, en relación con el tiempo de la Cuaresma en el que nos encontramos.
La Cuaresma es el tiempo penitencial por excelencia de los cristianos. Cuarenta días de austeridad y de ayuno para caminar hacia la Pascua. Durante años, en este tiempo litúrgico estaban prohibidas todas aquellas costumbres que fueran extremadamente pecaminosas y pudieran poner en peligro el camino de un cristiano hacia la salvación, cuyo misterio celebrarían durante la Semana Santa. El teatro era una de esas costumbres que la Iglesia prohibía a los fieles para no disturbar su alma.
Sin embargo, la Iglesia, en este tiempo fue benigna y toleró los títeres. En efecto, los muñecos articulados carecían de alma y podían ser utilizados también en esta época para representar escenas catequéticas que centraran al creyente en la lucha entre el bien y el mal.
La Iglesia siempre pedía a los titiriteros que sus sainetes tuvieran un carácter piadoso y respetuoso. Esto hizo que los artistas españoles del siglo XVIII desarrollaran grandes obras de teatro de títeres que conjugaban a la perfección la comedia y la sátira, enseñando al creyente cómo las tentaciones del demonio pueden ser superadas con el ayuno, la oración y la abstinencia.
También se desarrolló durante la Semana Santa numerosa imaginería procesional con figuras articuladas. Cristos con brazos móviles que mientras cargan con su Cruz van bendiciendo a la gente que se para a contemplarlo o crucificados -cuyos brazos clavados en cruz se mueven con realismo en representaciones sacramentales del descendimiento de Jesús del madero- son solo algunos ejemplos que demuestran cómo en este tiempo de Cuaresma, la penitencia y la austeridad no están reñidos con la imaginación del titiritero que desarrolla nuevos caminos para catequizar a los fieles, también a través de figuras articuladas.
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