El gran Maese Pedro llega a la villa. Se trata, en palabras de Miguel de Cervantes, "de un famoso titerero, que ha muchos días que anda por esta Mancha de Aragón enseñando un retablo de Melisendra, libertada por el famoso don Gaiferos, que es una de las mejores y más bien representadas historias que de muchos años a esta parte en este reino se han visto".
"El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", de Cervantes, es la gran obra de la literatura española, que siempre deja intrigado a quien la lee. Todos conocemos al Quijote y sus locuras. No sabía distinguir entre realidad y ficción. No sólo era capaz de confundir molinos con gigantes, sino también pequeñas figuras de madera con personajes de la realidad.
En el capítulo XXVI de la Segunda Parte de "El Quijote", Cervantes nos narra la historia de un titiritero, Maese Pedro. Con su retablo llevado en ruedas, acompañado de un mono y de su trujamán, representaba con sus títeres "la verdadera historia sacada al pie de la letra de las corónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes, y de los muchachos, por esas calles".
Melisendra, hija putativa del emperador Carlomagno, había sido secuestrada por los moros "en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza". Su marido, el gran caballero don Gaiferos, quiere rescatarla. Ante la oposición de su primo don Roldán, decide él mismo correr a rescatarla. Cuando por fin la encuentra, prisionera en un palacio, ésta desciende por la ventana hasta el caballo de su esposo. Los moros, una vez descubierta su ausencia, deciden correr detrás de los dos católicos que huyen de su poder.
Es en este momento de la representación teatral, cuando don Quijote se llena de fervor, se alza en pie y desenvainando su espada decide atacar a todos los moros, para ayudar a Melisendra y don Gaiferos en su huida: "no consentiré yo en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!".
Y dicho esto se puso a descuartizar a todos los títeres que llenaban la escena. La esquizofrenia de don Quijote se volvía a repetir, destrozando por completo el teatro de Maese Pedro. Se puede decir que no dejó títere con cabeza: "Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado, que pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra, don Gaiferos don Gaiferos, Marsilio Marsilio, y Carlomagno Carlomagno: por eso se me alteró la cólera, y, por cumplir con mi profesión de caballero andante, quise dar ayuda y favor a los que huían, y con este buen propósito hice lo que habéis visto".
La vistosidad de esta escena, en la que desde el punto de vista histórico podemos descubrir la presencia del teatro de títeres en la España de aquel siglo de oro, sirivió de inspiración, siglos más tarde, al gran compositor Manuel de Falla, después de la petición que le hizo len 1918 la princesa Polignac de escribir una obra para cámara.
Falla compuso una obra musical, que después de ser estrenada en forma de concierto en Sevilla en febrero de 1923, se convirtió en el guión musical de una gran representación teatral, puesta en escena el 25 de julio del mismo año en París, y en la que jugaron un papel importantísimo los títeres. La costrucción de los mismos corrió a cargo del artista Hermenegildo Lanz.
La obra de Falla, aunque breve -unos 27 minutos-, supone un paso más en la evolución del teatro de títeres. Ahora éstos son los protagonistas también de una obra musical, de una mezcla especial de ópera, actores de carne y hueso y música de todo tipo de género.
En el video, podemos ver un ejemplo de la obra de Manuel de Falla. Es la puesta al día que el nieto de Hermenegildo Lanz, Enrique, ha hecho como homenaje a su abuelo y a Cervantes.
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