A Federico García Lorca se le conoce por sus facetas como poeta y gran prosista. También por sus obras teatrales. Quizás sean pocos los que conozcan la destreza que con los títeres tenía el poeta de la generación del 27. En efecto, este granadino de renombre para la cultura española también manejó títeres, y con gran acierto. Otro gran titiritero, Javier Villafañe, recordaba con emoción la "estupenda e inolvidable exhibición de títeres de cachiporra" de la que fue presente en Buenos Aires. Se trataba de su montaje titeril más popular: "El retablillo de Don Cristóbal".
La obra es una comedia en la que Cristóbal se hace pasar por médico y conseguir así el dinero que necesita para casarse con Rosita. Pero, tras la boda, la jovenzuela resulta ser un poco suelta. Y el retablillo de los títeres se convierte en un proscenio en el que las infidelidades de la recién casada se suceden una tras otra. Cristobal se encuentra, por sorpresa, con los hijos de su parienta y que él no ha engendrado.
Como se puede comprobar, lejos queda esta obra titeril de estar a la par a las obras de teatro de títeres educativas que hoy se hacen para los niños. García Lorca usó los títeres para revindicar sus ideales políticos, su modo de entender la vida, su modo de ver la realidad. De hecho, el mismo autor, en el prólogo de la obra, afirma que lo fantástico de los muñecos radica precisamente ahí, en su capacidad para expresar "la fantasía del pueblo", de dar "el clima de su gracia y de su inocencia".
Lorca, uno de nuestros grandes poetas. Uno de nuestros grandes dramaturgos. Uno de nuestros muchos grandes titiriteros.
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