Como ya ha quedado manifiesto en varias ocasiones de nuestro blog, defendemos la idea de que la Iglesia ha sido no solo en muchos casos sostenedora del arte titeril, sino también creadora y difusora del mismo. Contamos con numerosos testimonios de figuras articuladas religiosas que nos dan idea de que el movimiento en función artística ha sido un buen recurso de la Iglesia para su labor evangelizadora.
El origen de estas tradiciones parece que se sitúa en Francia. De ahí la palabra marioneta, de las representaciones escénicas en las que aparecía una “pequeña María”, una figura articulada. De Francia, la tradición se extendió a Europa.
Hoy queremos informaros sobre un nuevo Cristo articulado, al estilo del de Burgos o de Limpias, en Cantabria. Está en la pequeña ciudad medieval de Viterbo, en Italia. Una ciudad que fue residencia papal y en la que se determinaron las nuevas normas para la elección papal: el cónclave. En la ciudad estuvieron esperando tres años a que los cardenales se pusieran de acuerdo para elegir un sucesor de Pedro. Ante la tardanza, los habitantes de la ciudad, molestos, decidieron encerrarles en un palacio con llave (de ahí cónclave) y mantenerlos alimentados a base de pan y agua, mientras las inclemencias del tiempo hacían mella en ellos, pues también habían arrancado el techo del edificio donde se encontraban.
En la sacristía de la catedral de la ciudad, hay un majestuoso Cristo articulado de mediados del siglo XV con capacidad para mover brazos, piernas y cabeza. En una pseudo-liturgia del viernes santo, el Cristo inclinaba siete veces la cabeza, después de pronunciar cada una de las “siete palabras”. Una vez muerto, unos discípulos desclavaban el cuerpo y lo llevaban en procesión a enterrar por el interior del templo. Todavía hoy se ven las articulaciones y las cuerdas que accionaban los diversos movimientos –en las fotografías, aunque no son muy buenas, se pueden apreciar estos detalles-.
Un ejemplo, esta vez desde la península italiana, que respalda una vez más nuestra tesis.
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