
En medio del éxito, después de realizar diversos montajes escénicos, le pidieron un nuevo proyecto: poner en escena la vida de Santa Marina de Bitinia. Este espectáculo cambió el rumbo de su trayectoria profesional: "la vida de la santa me apasionaba. Cada rostro por la calle le hablaba a aquella mujer de aquel Dios sufriente que la había elegido... Cada tarde, darle voz y movimiento era para mí un trabajo interior impresionante". Fue así como su vida de titiritera profesional pasó a convertirse en una vida de misionera titiritera. Anna decidió hacerse religiosa. Hoy, sor Marina viaja por las aldeas de Tanzania acompañada por sus nuevos "títeres evangelizadores", muchos más sobrios y austeros que los de sus grandes épocas de explendor.
Ahora, desde Tanzania mira con optimismo su colección de más de ciento ochenta muñecos articulados, los cuales la Unesco declaró matrimonio inmaterial de la humanidad: "con el dinero que consiga de la venta de mis viejos muñecos podré dar un techo y pupitres a las escuelas de la misión y garantizar así la enseñanza a un centenar de niños...", comenta. "Serán los hilos invisibles de un Titiritero excepcional los que llevarán adelante esta empresa, y yo no se lo impediré".
La vida de Anna es un ejemplo más de cómo los títeres y los titiriteros tienen un valor que sobrepasa la materialidad de las telas, las varillas y los hilos: la capacidad de cambiar el rumbo de la historia y de los acontecimientos para conseguir un mundo cada vez más humano y feliz, arriesgándolo todo por su público fiel, que siempre lleva en el corazón.
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